El Señor es Mi Pastor
Reflexión del Padre Pothin para el segundo domingo después de Pascua 2016
El Evangelio. San Juan x. 11.
Con su riqueza y profundidad, las imágenes del Salmo 23 han acompañado la historia y la experiencia religiosa del pueblo de Israel y cristianos acompañados. La figura del pastor, en particular, trae a la mente el tiempo original del Éxodo, el largo viaje a través del desierto, como un rebaño bajo la dirección del Pastor divino. Y en la tierra prometida, el rey tenía la tarea de cuidar el rebaño del Señor, al igual que David, el pastor elegido por Dios y una figura del Mesías. Luego, después del exilio de Babilonia, por así decirlo, en un nuevo Éxodo (cf. Is 40: 3-5, 9-11; 43: 16-21), Israel fue llevado de vuelta a su tierra natal como ovejas perdidas encontrado y llevado por Dios para pastos frondosos y lugares de descanso.
Sin embargo, es en el Señor Jesús que todo el poder evocador de nuestro salmo alcanza integridad, encuentra la plenitud de su significado: Jesús es el “Buen Pastor” que va en busca de la oveja perdida, que conoce a sus ovejas y da su vida para ellos. Él es el camino, el camino correcto que nos lleva a la vida, la luz que ilumina el valle oscuro y supera todos nuestros temores. Él es el anfitrión generoso que nos da la bienvenida y nos libra de nuestros enemigos, nos prepara la mesa de su cuerpo y de su sangre y la tabla definitiva del banquete mesiánico en el cielo. Él es el Real Pastor, rey en la docilidad y en el perdón, entronizado en la gloria de la cruz de madera.
Salmo 23 nos invita a renovar nuestra confianza en Dios, abandonándonos totalmente en sus manos. Por tanto, pidamos con fe en que el Señor también conceder que siempre andamos en sus caminos como un rebaño dócil y obediente, y que Él nos da la bienvenida a su casa, a su mesa, y nos llevan a “aguas tranquilas”, por lo que, en aceptar el don de su Espíritu, podemos saciar nuestra sed en sus fuentes, manantiales de agua viva “que salta hasta la vida eterna” (Jn 4,14; cf. 7: 37-39). Amén.
–Fr Pothin